“Todos
los días hay que luchar para que ese amor a la humanidad viniente se
transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo”,
dijo alguien que creía en un futuro mejor para todos. Para mi al igual
que para muchos de nosotros esto se ha convertido hoy en ley de vida, en
el pan nuestro de cada día y en la Penélope por la cual emprendimos la
Odisea.
Mí odisea empezó en la Troya
de los desiertos del sur, donde la ciudad se ha convertido en cenizas
dejando en su lugar un manto de tiendas de campaña, que dan cobijo a
miles de personas encadenadas a ser las eternas perdedoras en una
humanidad que ha mal vendido su dignidad.
Mi
odisea empezó a los 7 años, sacándome del desierto para llegarme al
primer puerto; Alicante, tierra de mar y mucho sol, a disfrutar del
proyecto de “vacaciones en paz”, dentro de todas aquellas personas que
albergan en su corazón los valores de humanidad. Fui acogido por dos
maravillosas personas que me acogieron desinteresadamente como hijo,
comportándose como buenos padres de familia.
En
el seno de mi nueva familia encontré mucho amor y apoyo para
enfrentarme a una nueva cultura, una nueva lengua y una nueva realidad.
Como un niño más ingresé en el colegio y en el instituto, posteriormente
en el bachillerato y por último en la universidad. Todo ello gracias a
una familia trabajadora que creía en la igualdad de todos, en la
dignidad y la libertad de la persona como pilares fundamentales de la
convivencia, viviera en cualquier tierra o nación. En fin, con mucho
esfuerzo, empeño y apoyo logré entrar en la Universidad, integrarme en
una nueva cultura y sentirme uno más. Pero en la Odisea estaba Polifemo,
empeñado en que el viaje fuera plegado de tormentas y dificultades.
Descubrí
a lo largo de diez años, que a este Monstruo no le importaba nada que
fuera un refugiado, que hubiera obtenido la secundaria y el
bachillerato; que llegara a la universidad. No le importaba nada ni el
haber aprendido tanto el castellano como el valenciano, ni siquiera que
estuviera integrado en una familia; a este Leviatán solo le importaba el
color del dinero. Me descubrió que todos no somos personas iguales,
sino que se le reserva un status especial a los “ciudadanos”, otro menos
especial a los inmigrantes “legales” y por último a los desterrados
hijos de Babel “Inmigrantes ilegales de “cualquier” parte y de
“cualquier” habla”. La Ley de Extranjería y el Estado he comprobado que
actúan como máximos operadores y ejecutores de estos párrafos de
exclusión y marginación.
Después de
diez años de lucha, de ser proscrito y de sufrimientos en una
encarnizada batalla para acceder al status de inmigrante legal, con mi
padre acuestas de oficina en despacho y vuelta a las oficinas de
extranjería, el Estado me certifica en un frío y calculado papel, vacío
de toda humanidad, que de nada vale mi integración, ni mi anterior
Tarjeta de Residencia, que los padres que me acogieron
desinteresadamente y me dieron todo su amor y apoyo en España no eran
mis padres, según la carta que me mandan denegándome el derecho a la
Tarjeta que ya tenía, y por lo tanto no me podían avalar económicamente,
que siendo estudiante y dependiendo exclusivamente de ellos, los cuales
en cada crisis de la macroeconomía han sufrido como tantos la cola del
INEM, debía acreditar medios económicos propios. En ese instante quise
preguntarle al Estado: Si mi padre biológico, pastor de ganado, herido
de guerra y exiliado en un campamento de refugiados con un sueldo
mensual de 90 Euros podía avalarme. O mi madre, enferma de artrosis,
refugiada, con mis tres hermanas al cargo y sin ningún ingreso propio
podía avalarme para poder seguir con mis estudios universitarios. Pero
por supuesto no podía preguntar, el Estado se cobija en miles de fríos
papeles y formalidades para no tener que deliberar la condena a la que
me va a someter. Mi condena es y debe ser según este Leviatán, el
destierro; el exilio en el desierto. Yo que pensaba que podría seguir
con mi tercero de derecho en la facultad y seguir disfrutando la
familia española que me arropó, me quiso y me ayudó a llegar hasta aquí.
Para
mí y para cualquier persona, porque mis padres de aquí me enseñaron a
pensar que nadie debe ser ilegal en ninguna parte, la Ley de Extranjería
es un trascendental decreto que cayó como un rayo del cielo para echar
por tierra las pocas esperanzas que tiene uno, chamuscado en las llamas
de esta decadente justicia. Vino en un bello amanecer para traer una
larga noche de cautiverio. La
vida del inmigrante, del necesitado y del desamparado aún es
tristemente maltratada por los grilletes de la segregación y las cadenas
de la discriminación. Esas personas vivimos en una isla solitaria en
medio de un inmenso océano de políticas engañosas; falacias y
desolación, quebrantados en las esquinas de la sociedad moderna, reflejo
de destierro en tu propia tierra, la tierra que te han usurpado antes
de que tú nacieras, la que te quitan cuando eres ya un joven preparado
para dar todo lo que llevas dentro, aquello que con esfuerzo de todos,
también del Estado, has aprendido. Este mensaje en botella, lanzado al
mar sin destinatario especifico, viene a dramatizar una realidad
vergonzosa. Es un mensaje para todos aquellos que preguntan a los
arquitectos de nuestra democracia, los padres de Nuestra Constitución,
que escribieron las magníficas palabras de la Carta Magna: “Libertad,
igualdad, justicia y pluralismo” ¿Dónde y en qué momento fueron
sepultados esos valores? ¿Esa promesa a todo hombre y mujer, los cuales
tendrían garantizados los derechos inalienables por el simple hecho de
ser humano: libertad y búsqueda de la felicidad? Es obvio que el Estado
ha incumplido estas sagradas promesas, y en su lugar ha dado a la gente
un ilusorio vale que ha regresado con el sello de “fondos
insuficientes”.
Pero debemos rechazar
creer que el Leviatán ha hecho quebrar a la Justicia y a los valores
humanos. Para todos nosotros que nos hemos indignado en el ayer, y que
debemos cabrearnos en el hoy, es
el momento de hacer realidad las promesas de la Democracia. Ahora es el
momento del apoyo mutuo para que florezca la primavera de la democracia
y la solidaridad en estado puro, y que las garras de la desigualdad
social hibernen para siempre.
SALEH MOHAMED LAMIN
Para contactar:
polisario18@gmail.com